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El ausente más presente

Por Guillermo Bermejo

Publicado: 2020-10-08


Dicen de él que era un temerario y lo era; pero no por “mandar” a otros, sino por ser el primero en ponerse en peligro si era necesario. Dicen de él que era un aventurero y lo era; de esos que exponen el pellejo y hacen correr su sangre para regar el ideal de la revolución. Dicen de él que era un romántico y lo era; de todos los sentimientos que hay para rebelarse, el amor era su mejor combustible para el combate.

Entendió temprano, cuando se montó en la moto con la que recorrería parte de nuestra América, que las injusticias que encontró no eran solamente para tomarles fotos y que la militancia que solo denuncia es inservible. Que la situación de los explotados necesitaba de proyectos de segunda independencia y de militancia preparada para entregar la vida en el altar de la historia necesariamente.

El Che entendió que su vida misma solo servía si era para construir un mundo sin imperialismo ni capitalismo que someten a los pueblos a sangre y fuego. Un mundo comunista, con todas sus letras. Que su vida debía consumirse en acabar con la política de saqueo contra el tercer mundo y que donde no haya espacio para la lucha democrática, levantar el fusil era inevitable.

El Che es el ejemplo sonoro del internacionalismo proletario: nació en la Argentina, apoyo en Guatemala, se exilió y preparo para la lucha guerrillera en México, combatió, triunfo y fue dirección revolucionaria en Cuba, fue asesor de las guerrillas en África y pasó a la inmortalidad en Bolivia.

Era inflexible. No aceptaba las medias tintas: no confiar en el imperialismo ni tantito así, fue su orden para todos los revolucionarios del futuro. Y nos dejó como tareas: Jamás permitir a la burguesía dirigir procesos de liberación. Luchar por la emancipación hasta vencer o morir, para que sea verdadera. Construir el socialismo y construir al mismo tiempo al hombre nuevo. Ser vanguardia siempre: primeros en el estudio, primeros en el trabajo, primeros en el entusiasmo, primeros en la defensa de la revolución.

Y nos dejó claro que los dirigentes de la revolución no son “bachilleres del marxismo”, que se ganan ese grado con su sacrificio que es ejemplo de sus compañeros que lo eligen. Que el ejército de la oligarquía solo puede unirse a los procesos revolucionarios en calidad de derrotados. Que los triunfos por vía democrática tenían por limitación que corren siempre el riesgo del cuartelazo y el golpe de estado. Que para el avance de la revolución son necesarios los estímulos económicos, pero de carácter social. Que era una obligación crear muchos Vietnam, esto es, crear condiciones para darle derrotas furibundas al imperialismo.

La luz del Che sobre los métodos del imperialismo nos siguen alumbrando el camino: el imperialismo también quiere cambios y transformaciones, siempre y cuando ellos manejen los tiempos, las formas y no pierdan sus gollerías. A cada encadenamiento económico de nuestras naciones, les acompaña un encadenamiento militar. A cada préstamo le sigue la entrega de riquezas naturales, a más presencia militar imperialista, más compras de armas para reprimir a los pueblos que se levanten.

La necesidad de la formación de cuadros es otro llamado de urgencia del Che; y no lo hizo desde la teoría, sino desde la práctica. Hoy como ayer se necesitan de jóvenes que como Guevara dejen unos meses de estudio o trabajo y se vayan con el campesinado, a las zonas mineras, a los barrios empobrecidos a nutrirse del vivir de los que mañana se levantaran. Pero que vaya no en pose de sabio, sino con la humildad de quien sabe, como decía el Che, que esa experiencia hará que reciba más de lo que fue a dar. Que sabe que fue a enseñar, pero que regresa aprendiendo más de lo que pensó.

El Che nos exige dejar las lógicas de analizar la patria desde un laboratorio de oficina y convertirnos en aquellos que se embarran los zapatos subiendo montañas, mojando medias cruzando ríos, que se quemen por el sol encendido o cortados por el frio y que quieran respirar las mismas injusticias que pasan nuestros pueblos. Nos invita, pues, a contrastar nuestras teorías con la realidad. Y no con el acostumbrado “turismo revolucionario” de ir de visita, hospedarse en hoteles y hablar desde el pulpito, sino a quedarse para mimetizarse con el paisaje y el tiempo que sea necesario luchar.

El Che es la coherencia heroica; sabía que la luz de Cuba revolucionaria debía multiplicarse para la liberación de América Latina. Y sabía que los riesgos eran mayores, que el imperialismo aprendía de los errores y las batallas serían mucho más agresivas. Y dejo los cargos y los honores. Y no dejo a su mujer ni hijos nada material que la Cuba de Fidel no le diera a cualquiera de sus ciudadanos. Y con 39 años a cuesta, con el asma que jamás le dio tregua, asumió el reto de la Bolivia libre, socialista, soberana. Y entrego su vida en eso.

Se debate con ligereza si ir a Bolivia fue correcto o no. Fidel dice que a él le hubiera gustado que el Che llegase cuando la guerrilla estuviera más estable, sin pasar los riesgos que se corren cuando la defensa estratégica hace de la supervivencia la más importante misión. Pero eso para el Che era impensable. Él, siendo el padre del proyecto, debía correr la misma suerte que sus compañeros de principio a fin.

Al Che lo traicionaron en Bolivia. Los dirigentes, no los militantes. Al Che quisieron ir a apoyarlo los trabajadores de las minas y el para evitar la sangría, pues era militarmente imposible que subieran a socorrerlo sin una masacre, les dijo que se quedaran dónde estaban. Los Judas delataron sus posiciones. Y aun así el Che siguió, sin claudicar, sin negociar, sin arrepentirse del camino tomado.

En combate, herido y con el fusil incapacitado para responder, fue detenido. Intentaron vejarlo y en una pierna les respondió con golpes y escupitajos. Un “gusano” agente de la CIA le dijo que era más cubano que él y Guevara respondió que con traidores no conversaba.

No sabían qué hacer con él. Un juicio habría sido la vitrina mundial para que una vez más Guevara mostrara las miserias por las cuales los pueblos están obligados a levantarse. Encarcelarlo era saber que vendrían a recuperarlo cueste lo que cueste. Por eso anunciaban su muerte en combate en los diarios bolivianos de la época.

Y el imperialismo norteamericano y la oligarquía boliviana decidieron fusilarlo. Y no hallaban quien. Tuvieron que emborrachar a la tropa y el que decidió crucificar a Guevara en la historia temblaba tanto que le tuvo que decir: “Sé que estas aquí para matarme, dispara cobarde, que solo vas a matar a un hombre”.

Luego decidieron mostrar su cuerpo y su rostro inerte, creyendo que matando al hombre terminaban con el sueño. No entendieron que la muerte cuando es siembra de amor revolucionario es semilla que da ciento por uno.

Y desde ese día Guevara no murió nunca más. Ni cuando escondieron su cuerpo por tres décadas. Y en todos los continentes su mirada de jefe que ordena sin mandar, acompaña las luchas justas de los pueblos: sea construyendo el socialismo a través de la organización popular y por medio de los votos, sea defendiendo con el fusil en mano las atrocidades del imperialismo y sus socios terroristas en el mundo.

Hoy eres el ausente más presente, la voz de la conciencia revolucionaria mundial de los que seguimos gritando las injusticias como Juan en el desierto, de los que como Cristo creemos que no hay mayor amor que el que da la vida por los demás, hoy te pedimos como en la canción de Silvio: “Hombre sin templo, desciende a mi ciudad tu ejemplo”.

Hasta la Victoria Siempre, Comandante!


Escrito por

Alejandra Martinez

Periodista egresada de la PUCP con experiencia en periodismo digital en temas de política y economía


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